La semiología de Roland Barthes
A Roland Barthes (1915-1980) le preocupó desmitificar lo que parece natural por histórico (él le llamó “doxa”, que es lo aceptado y establecido) y así dar cuenta de las prácticas sociales a través de sus sistemas de objetos (mobiliario, vestido, etc.) que son lenguajes no lingüísticos.
Barthes elaboró, a partir de la concepción del signo y de sus categorías formales, un análisis de los sistemas de connotación por oposición a los fenómenos denotativos. El análisis semiológico y el de las ideologías encontraban así un primer punto de convergencia al definir a los sistemas semánticos como centro de las significaciones ideológicas. En esta semiología, la ideología aparece como un conjunto de significados segundos (es decir, de connotación) que excluye de su ámbito a los significados denotados y también al nivel previo, el de los procesos de producción de los mismos.
Lo que le interesaba era conocer cómo se construye el sentido, cómo la sociedad produce los estereotipos, y saberlo era para él un objeto político, que le permitiría “golpear a la pequeña burguesía” y “reinstaurar la crítica”. Su trabajo empezó con un método deductivo, luego con uno clasificatorio (basado en el estructuralismo que analiza sobre todo contenidos) y por fin terminó con uno histórico (aunque antigenético siempre) que como él mismo dice, pretendía culturizar a fondo la naturaleza, es decir, afirmar que nada es natural sino que todo es histórico y la cultura es un conjunto de lenguajes montados unos sobre otros y no engendrados. Por eso habla de la pluralidad de sentidos en un texto, y por eso se opone a la concepción “científica” en boga que buscaba modelos y estructuras fijas a las que todo se adaptaba y desde las que todo se explicaba. Barthes se niega a lo positivo, a lo fijo, a lo ahistórico y su negativa está presente en su cambiante obra, que él resume así: “la primera sacudida fue la desmitificación estructuralista que luego se inmovilizó en una repetición, la que se quiso desplazar haciendo ciencia, la ciencia semiológica, que quería un método para seguir el mismo objetivo pero hubo que apartarse de ella porque faltaba lo imaginario, el deseo, la reivindicación del cuerpo. Así nació la teoría del texto que también amenazó con petrificarse. ¿A dónde ir? En eso estoy….”.
Estas palabras fueron dichas en 1975. Su lucha contra toda petrificación lo condujo hasta “el placer del texto”. Suya es la obra de un descifrador de los lenguajes. Eso es lo único que siempre permaneció, lo que le interesó.
FUENTE: GUTIÉRREZ, SILVIA, Luis Guzmán y Sara Sefchocich. “Discurso y sociedad”, en: DE LA GARZA TOLEDO, ENRIQUE (Coord.). Hacia una metodología de la reconstrucción. Fundamentos, crítica y alternativas a la metodología y técnicas de investigación social. UNAM/Editorial Porrúa, México, 1988, p. 78
A Roland Barthes (1915-1980) le preocupó desmitificar lo que parece natural por histórico (él le llamó “doxa”, que es lo aceptado y establecido) y así dar cuenta de las prácticas sociales a través de sus sistemas de objetos (mobiliario, vestido, etc.) que son lenguajes no lingüísticos.
Barthes elaboró, a partir de la concepción del signo y de sus categorías formales, un análisis de los sistemas de connotación por oposición a los fenómenos denotativos. El análisis semiológico y el de las ideologías encontraban así un primer punto de convergencia al definir a los sistemas semánticos como centro de las significaciones ideológicas. En esta semiología, la ideología aparece como un conjunto de significados segundos (es decir, de connotación) que excluye de su ámbito a los significados denotados y también al nivel previo, el de los procesos de producción de los mismos.
Lo que le interesaba era conocer cómo se construye el sentido, cómo la sociedad produce los estereotipos, y saberlo era para él un objeto político, que le permitiría “golpear a la pequeña burguesía” y “reinstaurar la crítica”. Su trabajo empezó con un método deductivo, luego con uno clasificatorio (basado en el estructuralismo que analiza sobre todo contenidos) y por fin terminó con uno histórico (aunque antigenético siempre) que como él mismo dice, pretendía culturizar a fondo la naturaleza, es decir, afirmar que nada es natural sino que todo es histórico y la cultura es un conjunto de lenguajes montados unos sobre otros y no engendrados. Por eso habla de la pluralidad de sentidos en un texto, y por eso se opone a la concepción “científica” en boga que buscaba modelos y estructuras fijas a las que todo se adaptaba y desde las que todo se explicaba. Barthes se niega a lo positivo, a lo fijo, a lo ahistórico y su negativa está presente en su cambiante obra, que él resume así: “la primera sacudida fue la desmitificación estructuralista que luego se inmovilizó en una repetición, la que se quiso desplazar haciendo ciencia, la ciencia semiológica, que quería un método para seguir el mismo objetivo pero hubo que apartarse de ella porque faltaba lo imaginario, el deseo, la reivindicación del cuerpo. Así nació la teoría del texto que también amenazó con petrificarse. ¿A dónde ir? En eso estoy….”.
Estas palabras fueron dichas en 1975. Su lucha contra toda petrificación lo condujo hasta “el placer del texto”. Suya es la obra de un descifrador de los lenguajes. Eso es lo único que siempre permaneció, lo que le interesó.
FUENTE: GUTIÉRREZ, SILVIA, Luis Guzmán y Sara Sefchocich. “Discurso y sociedad”, en: DE LA GARZA TOLEDO, ENRIQUE (Coord.). Hacia una metodología de la reconstrucción. Fundamentos, crítica y alternativas a la metodología y técnicas de investigación social. UNAM/Editorial Porrúa, México, 1988, p. 78
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