Poder y género
A lo largo de las últimas décadas, el análisis de las condiciones de la existencia humana ha cambiado sobre todo a causa de la preeminencia del poder. Gran parte de esta preeminencia se debe al trabajo intelectual de Michel Foucault. Con obras como La arqueología del saber e Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Foucault desplazó el análisis del poder de las personas a las acciones. Propiamente dicho, Foucault se refiere a relaciones de poder, definidas como modos de acción que no actúan directa e inmediatamente sobre “los otros”, sino sobre la acción propia. Una relación de poder, en contraposición a la violencia, se articula entre dos elementos que le son indispensables para ser justamente una relación de poder; donde “el otro” (aquel sobre el cual se ejerce) sea bien reconocido y mantenido hasta el final como el sujeto de acción. En otras palabras, el poder es sobre todo “un conjunto de relaciones y juegos estratégicos de acción y reacción, de pregunta y de respuesta, de dominación y retracción, y asimismo de lucha y defensa, e inventos posibles que se producen entre instituciones cuyas funciones son establecer el control social sobre la vida de los individuos” (Foucault, Historia de la sexualidad I, 313).
Según Foucault, en nuestras sociedades actuales las instituciones creadas para regular la vida de los individuos (hombres y mujeres), compensar y sancionar las acciones y reacciones, tienen cuatro funciones que permiten afianzar al capital como ente dominador: a) el control del tiempo de los individuos a partir de esquemas y horarios (trabajo, escuelas, prisiones, hospitales, recreación); b) el control del cuerpo para que sean capaces de trabajar con ciertos valores (moralidad sexual, reproducción biológica, características fisiológicas y anatómicas, salud); c) el micropoder económico, político y judicial que se otorga a instancias y/o individuos en un alto rango de jerarquía con respecto a otro inferior, para dirigir, dar órdenes y sancionar a hombres y mujeres (en la familia, en la comunidad, en la escuela, en el trabajo, en el gobierno); y, finalmente, d) el poder epistemológico que dota de conocimientos de una verdad para que los otros poderes se legitimen.
Desde este enfoque, las formas de poder y de saber no superponen las relaciones de producción del sistema capitalista, más bien son las que constituyen estas relaciones. De tal manera, la ideología que permanece como dominante y se institucionaliza para someter a otros, aunque tome forma de libertad, debe ser revisada bajo un examen crítico. El fin es que el saber de las categorías de análisis se revistan de poder para que se transformen a sí mismas y por la secularidad a las instituciones. El examen que se requiere para transformar las realidades de las mujeres como individuas sujetadas por las instituciones deberá partir de principios que logren sustentar dichos cambios en las categorías.
El género es hasta hoy la categoría que las teorías feministas han elaborado para dotarla de poder-saber. La idea prima del género es que el saber no tenga que desligar la teoría de la práctica.
Ivonne Vizcarra Bordi. “Hacia la formulación de una economía política feminista”, en: Género y poder. Diferentes experiencias mismas preocupaciones, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2005, págs. 13-14.
A lo largo de las últimas décadas, el análisis de las condiciones de la existencia humana ha cambiado sobre todo a causa de la preeminencia del poder. Gran parte de esta preeminencia se debe al trabajo intelectual de Michel Foucault. Con obras como La arqueología del saber e Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Foucault desplazó el análisis del poder de las personas a las acciones. Propiamente dicho, Foucault se refiere a relaciones de poder, definidas como modos de acción que no actúan directa e inmediatamente sobre “los otros”, sino sobre la acción propia. Una relación de poder, en contraposición a la violencia, se articula entre dos elementos que le son indispensables para ser justamente una relación de poder; donde “el otro” (aquel sobre el cual se ejerce) sea bien reconocido y mantenido hasta el final como el sujeto de acción. En otras palabras, el poder es sobre todo “un conjunto de relaciones y juegos estratégicos de acción y reacción, de pregunta y de respuesta, de dominación y retracción, y asimismo de lucha y defensa, e inventos posibles que se producen entre instituciones cuyas funciones son establecer el control social sobre la vida de los individuos” (Foucault, Historia de la sexualidad I, 313).
Según Foucault, en nuestras sociedades actuales las instituciones creadas para regular la vida de los individuos (hombres y mujeres), compensar y sancionar las acciones y reacciones, tienen cuatro funciones que permiten afianzar al capital como ente dominador: a) el control del tiempo de los individuos a partir de esquemas y horarios (trabajo, escuelas, prisiones, hospitales, recreación); b) el control del cuerpo para que sean capaces de trabajar con ciertos valores (moralidad sexual, reproducción biológica, características fisiológicas y anatómicas, salud); c) el micropoder económico, político y judicial que se otorga a instancias y/o individuos en un alto rango de jerarquía con respecto a otro inferior, para dirigir, dar órdenes y sancionar a hombres y mujeres (en la familia, en la comunidad, en la escuela, en el trabajo, en el gobierno); y, finalmente, d) el poder epistemológico que dota de conocimientos de una verdad para que los otros poderes se legitimen.
Desde este enfoque, las formas de poder y de saber no superponen las relaciones de producción del sistema capitalista, más bien son las que constituyen estas relaciones. De tal manera, la ideología que permanece como dominante y se institucionaliza para someter a otros, aunque tome forma de libertad, debe ser revisada bajo un examen crítico. El fin es que el saber de las categorías de análisis se revistan de poder para que se transformen a sí mismas y por la secularidad a las instituciones. El examen que se requiere para transformar las realidades de las mujeres como individuas sujetadas por las instituciones deberá partir de principios que logren sustentar dichos cambios en las categorías.
El género es hasta hoy la categoría que las teorías feministas han elaborado para dotarla de poder-saber. La idea prima del género es que el saber no tenga que desligar la teoría de la práctica.
Ivonne Vizcarra Bordi. “Hacia la formulación de una economía política feminista”, en: Género y poder. Diferentes experiencias mismas preocupaciones, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2005, págs. 13-14.
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